Remedio adulterado, sistema perverso

13 de Octubre de 200913:40

No basta con pedir que se castigue a los responsables del malévolo negocio recién descubierto. Es imprescindible revisar y cambiar las bases de una estructura de salud, pública y privada, que permite que ocurran estos delitos penales y morales.

 

Siempre me acuerdo del perro que vi mordiendo, para defenderse, la escoba y no el brazo que la blandía con la intención de castigarlo. Irracionalidad del bruto, dirán algunos. Puede ser, pero me acordaba del hecho cuando escuchaba a no poca buena gente dispuesta a quedar conforme y pasar a otro tema si se descubre y castiga a los responsables del perverso negocio de adulteración de medicamentos recientemente descubierto. Era como ignorar el brazo, la causa que motoriza el daño.

El delito puede aparecer en cualquier medio, como excepción, pero su multiplicación exige una ecología adecuada. Y en el sistema de servicios de salud argentino la hay y generosa. Claro, seguramente el delito "penal" abunda menos, pero sí lo hace el que, con un poco de escándalo para los juristas, llamaríamos "delito de moral social". Y claro, también, que contrariamente al penal, esta otra categoría se comete muy frecuentemente por omisión de acción, por ignorancia, por comodidad, por resignación, por temor, por conveniencia, en fin, por los muchos atributos que definen a una sociedad apoltronada en el conservadorismo.

Delito de moral social es ignorar que las actividades de salud -tal como sucede con las educativas-, y muy claramente el campo del medicamento, no son favorecidas por el libre mercado; que éste las corrompe y categoriza a las personas por su condición económico-social. Y que ello requiere ser contrarrestado por una enérgica presencia regulatoria del Estado, que en Argentina es rudimentaria. En el ejemplo concreto del medicamento, rige la legislación inspirada en la lógica ultra permisiva de los años 90, distorsionando el tamaño de ese mercado, su composición y beneficio social, inflando su costo y limitando su acceso, principalmente para los sectores de pocos recursos.

Y todo agravado por otro delito de moral social: la indiferencia frente a un sistema de servicios cada vez más fragmentado y anárquico, saqueado por intereses que poco tienen que ver con su objetivo social, unificados sí en un discurso sobre la salud del pueblo que poco refleja la realidad, aunque en algunos sea sincero.

Pecado es también el creciente ahogo presupuestario nacional a las provincias -dueñas de los hospitales- y la falta en ellas de voluntad reformadora en punto a organización. Pecado es la multiplicación superflua y costosa de intermediaciones en el mundo de las obras sociales y el sector privado que dan pie, además, a hechos como los que hoy se investigan.

Y pecado es, asimismo, el creciente maridaje entre las obras sociales y las prepagas comerciales, que estratifica a su población e induce una fría medicina de mercado. La prepaga es crudamente una oportunidad de negocios; la obra social se entiende como baluarte de poder económico y político del sindicato, y cualquier intervención sobre ella interesa básicamente en la medida que afecta ese poder. Y el sector público, como el bombero que acude a los incendios y tranquiliza a los marginados de los verdaderos centros de interés, que están en otra parte.

Y no estoy hablando de intenciones individuales -cada quien tiene las suyas, mejores o peores, o sus racionalizaciones-, sino de resultado social, tal como es interpretado por la opinión pública, los medios y la política. La honestidad, buena voluntad y capacidad de muchas y muchos, y las tradiciones de funcionamiento, mantienen los servicios a la población. Pero no pueden evitar la mayor difusión del delito, sobre todo de los que aquí llamamos de moral social.

Se enmarca esto en un fenómeno más global: es como si nuestra sociedad aceptara como inmodificables sus estructuras básicas.

Lo más grave, lo que aturde, es el silencio. La falta de una discusión auténtica para superar la vetustez de aquellas: legislatura, sindicato, escuela, hospital, partido político. Negar de hecho la posibilidad de un proyecto de cambio colectivo, lo que promueve que cada cual o grupo refuerce su nicho de aislamiento y resistencia.

Que es como morder la escoba y no a quien la esgrime. Si bien todos somos responsables, hay cuotas y niveles de responsabilidad. La de revertir la tendencia a la decadencia es tarea central de la política. Si lo logra, se falsificarán muchas menos cosas en esta sociedad, entre otras, los medicamentos. w

http://www.clarin.com/diario/2009/10/06/opinion/o-02012988.htm

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