Daños de la medicina de mercado

21 de Mayo de 200909:11

La Argentina adoptó un modelo desventajoso e inequitativo para atender la salud de su población. En él la cobertura parece estar regida sólo por la condición económica o laboral del paciente o por la presión política que hacen los distintos lobbys.

El 6 de mayo, en esta misma sección, se publicó un excelente artículo del doctor Carlos Gherardi en el que describe la progresiva judicialización de los actos médicos en nuestro medio y sus consecuencias negativas sobre el binomio medico-paciente. En definitiva, cómo la amenaza del juicio no sólo afecta la tranquilidad del profesional, sino también altera las conductas más convenientes para el paciente.

Quisiera aquí aportar algunas ideas complementarias respecto a un asunto tan gravitante sobre la verdadera utilidad social de un sistema vital, complejo y costoso como es el de salud.

Las instituciones sociales funcionan en parte respondiendo a las necesidades colectivas que explican su existencia, y en parte a los incentivos que condicionan el comportamiento de sus actores principales, incluida la población a la que sirven. Incentivos que pueden ser morales, económicos, emocionales conscientes o inconscientes, o incluso fantasías cuasi mágicas. En el campo de la salud, poco o mucho, se combinan todos.

Las modalidades de organización de los servicios médico-asistenciales son un fuerte determinante del perfil de incentivos vigente. En el caso argentino vale destacar algunos atributos para caracterizarlas: gran fragmentación institucional, pareja dispersión de marcos normativos tanto científicos como administrativos, premio económico y de prestigio a la superespecialización, abuso en la utilización de tecnologías complejas para sectores usuarios con buena financiación, extrema liberalidad en el mercado de fármacos, con expansión de los de venta sin receta bajo fuerte presión publicitaria, acompañado por desprecio a la exigencia de receta en los otros casos, elevado componente del gasto directo del bolsillo de las personas, mayor en los más pobres en proporción a su ingreso. y habría muchos más atributos para consignar.

Esto se llama medicina de mercado, con la población dividida en bolsones de acceso y calidad de servicios en buena parte relativizada por su condición económica, laboral, o su capacidad de presión política. Modelo importado por nosotros desde los Estados Unidos, en la reiteración de imitar las malas cosas y no las buenas de los países exitosos. Un espejo nacional que gasta 15% del PBI en servicios asistenciales, tiene 45 millones de excluidos, e indicadores de salud bastante peores que otros países más pobres.

Pero hay todavía más distorsiones legales que promueve esta medicina de privación y despilfarro como es la de mercado, y que se suman al crecimiento de la desconfianza y el temor mutuo que legítimamente preocupan al doctor Gherardi: el fuerte lobby de sectores de interés sobre el Congreso para que las leyes obliguen al Estado, prepagos y obras sociales a garantizar determinadas prácticas de costo elevado no pocas veces aún inciertas en su eficacia e inocuidad; o brindar una cobertura especial a determinadas patologías poco difundidas, en tanto que estamos descuidando cotidianamente otras socialmente significativas que enferman y matan a muchos más conciudadanos.

Es un lento y duro aprendizaje para la sociedad y la profesión médica entender que más medicina y más anarquizada es un boomerang de injusticia; que un sistema ordenado debe precisar también lo que no va a hacer o cubrir, con fundamento humanístico y científico, y que hay que legislarlo para proteger a los pacientes y a los profesionales de una litigiosidad perversa; que en un sistema más unificado y fuera del mercado comercial existe mucha más capacitación y control interno interpares que disminuyen el riesgo de la eventual malapraxis; que más medicina no es sinónimo de mejor medicina, sino muchas veces lo contrario; que la medicina de mercado lleva a que cada sector social se encierre en su cubículo de protección carente del respaldo del interés común y solidario; que el ideal de un profesional de la salud o de un grupo de ellos no debe ser transformarse en una pyme exitosa, porque son roles y objetivos legítimos y socialmente necesarios pero diferentes.

En fin, lo que abruma es el silencio, o la superficialidad en la discusión de estos asuntos. Obsesionados por la coyuntura, sentimos que todo es como es e inevitable. El mayor desafío de la gran política en Argentina es construir, en este y en tantos otros campos, la convicción de que la voluntad racional de reforma en un pueblo es también un factor determinante de su destino.

http://www.clarin.com/diario/2009/05/19/opinion/o-01921366.htm

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