Dra. Teresa Kreder: un ejemplo de voluntad

16 de Diciembre de 201609:56
Lo primero que nos sorprende de la historia de la doctora Teresa Margarita Kreder es que fue la novena de diez hermanos. Su papá, que se desempeñaba como estibador de cereales, popularmente llamados bolseros, murió súbitamente cuando ella tenía cuatro años, cuando el mayor de sus hermanos tenía tan solo 14. Con su madre habitaban una vivienda humilde hecha de adobe y paja y alejada de la zona urbana, sin luz eléctrica. Todos los días los diez hermanos salían a buscar leña para hacer fuego y calentarse. “Sobraban las carencias. Muchas veces no alcanzaba la comida. Al pasar los años, por mis conocimientos y por el relato de mi madre, deduje que padecí desnutrición y raquitismo”. 

Esta infancia tan dura te podría haber llevado al resentimiento.
Sin duda, pero elegí otro camino. Elegí estar desarrollando a pleno la actividad médica asistencial de las comunidades pequeñas, como lo hago en mi Villalonga natal, en el partido de Patagones. Nunca nada me resultó fácil. A los siete años me internaron en el Colegio de Monjas de Fortín Mercedes, partido de Villarino. A los 11 volví a Villalonga donde terminé la primaria. Tuve que  trabajar como empleada doméstica para sustentarme.
 
¿La idea de ser médica ya existía en ese entonces?
No lo sé. Me rondaba en la cabeza, pero todo estaba muy lejos. Aunque creo que por esa época nació en mí la idea de estudiar medicina. Pero todavía había que hacer la secundaria. Costó pero la terminé en 1973, con 21 años, y dos años después pude ingresar a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de La Plata, luchando contra todas las adversidades que aparecían, principalmente la falta de dinero.
 
¿Cómo te sostenías económicamente?
De la única manera que sabía: trabajando. Durante varios años fui ordenanza en una sucursal del Banco de la Provincia de Buenos Aires y trabajaba por hora como empleada doméstica en varias casas de familia.
 
Me recibí en el año 1981, en tiempo y forma. Primer objetivo cumplido, pero quedaba algo más. Mi deseo inmediato era capacitarme en una especialidad y elegí Perinatología y para ello, en 1981, ingresé a la residencia del Hospital Sor María Ludovica. En 1984 logré el título de esa especialidad. Al año siguiente me casé con Alberto Lemos, también médico, cardiólogo, oriundo de La Plata, a quien conocí durante la residencia. Hoy somos los papás de José Matías (30) y Martin Alberto (28).
 
En 1985 decidí regresar a mi pueblo, en donde fue muy difícil aplicar lo que había aprendido. Me encontré con un lugar carente de recursos médicos y de infraestructura. Una sala de primeros auxilios detenida en el tiempo y algunas pocas enfermeras que se manejaban empíricamente. Solamente una ambulancia. Un precario equipo radiológico y ningún laboratorio.
 
Pero igual te quedaste
Elegí quedarme porque este es mi lugar en el mundo y mi formación hospitalaria me inclinaba a ocuparme mucho del trabajo público. Empezamos entre todos a reclamar y la comunidad comenzó a responder a las demandas, formando una Cooperadora para la salita que fue creciendo lentamente. También la Municipalidad fue apoyando, lentamente, las iniciativas de dotar a la localidad de lo que se iba haciendo necesario. Un tiempo después fue ampliándose, y pasó a llamarse Hospital, y se iniciaron cursos de capacitación del personal. Durante años, participamos de un emprendimiento municipal que consistía en recorrer la escuelas del interior del Distrito, reuniendo allí a todos los alumnos y sus familias, básicamente para campañas de prevención de enfermedades, adecuación de esquemas de vacunación, tratamiento en el lugar de algunos problemas y sobre todo, acercamiento a la realidad de las personas en su diario vivir en la zona rural. En mi trabajo fueron los momentos más interesantes, las llamamos “Rondas sanitarias”. Recordaré por siempre los inolvidables almuerzos, desbordantes de alimentos, muchos de ellos elaborados en el lugar.
 
¿Hoy estás jubilada?
En mi vida el “sí pero”, es una constante. Trabajé en el Hospital hasta el año 2014 y me jubilé, pero la Municipalidad volvió a contratarme, trabajando actualmente en la parte pública en un centro de atención primaria de la localidad. Además sigo con mi actividad privada.
 
¿Acá te conocen más como pediatra?
Es así. Allá por el año 1999 obtuve mi título de Especialista en Pediatría, que fui recertificando, pasando a ser jerarquizado unos años después.
 
¿Tu marido se adaptó a esta vida?
Alberto decidió acompañarme ejerciendo la medicina general y cardiología y por supuesto la crianza de nuestros hijos. Durante muchos años, fuimos tres o cuatro médicos solamente en la comunidad, ocupándonos de la salud a nivel público y privado. Fueron muchas horas de trabajo, muchas carencias de recursos técnicos y logísticos pero mis ganas de seguir atendiendo a esta comunidad que ha crecido enormemente continúan, como en los primeros tiempos.
 
¿Podrías definir tu vida en una frase?
La vida me otorgó buena salud y mucha fuerza de voluntad para llevar a cabo todo lo que me propuse. Así fue mi vida y seguramente es la misma de muchos colegas, que han decidido como yo estar tan a pleno en la actividad médica asistencial de las comunidades pequeñas.
 
¿El balance es positivo?
Pese a muchos momentos y acontecimientos inesperados que hubo que afrontar, el balance es muy positivo. Siento orgullo de haber sido reconocida por la Escuela Nº 12, junto a otras personas, como patrimonio intangible de Villalonga. Pero lo que más valoro y que no se paga con nada son las frases que he escuchado miles de veces en todos estos años… “Chau Doctora”, “Chau Teresita”, “Doctora disculpe que la moleste a esta hora”, “Doctora Teresita, disculpe que sea domingo pero mi nene está con fiebre”.
 
César Mc Coubrey

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