Entrevista al Dr. Alejandro Torres

04 de Noviembre de 201409:21

Ubicados geográficamente en la zona de la provincia comúnmente llamada “Mar y Sierras”, hoy MEDICOS DE MI PROVINCIA se muda a Lobería para entrevistar al Dr. Alejandro Torres. Hijo del médico cirujano Herminio Juan Torres y de Graciela Marta Barragán, quien lo trajo al mundo el 1º de enero de 1962, está casado con Romina Nancy Morales Sánchez y es padre de Tiziana Jazmín. La labor de su padre y el haber conocido al Dr. Pedro Domingo Curutchet, al que considera el pionero de la cirugía mini invasiva, hicieron que a la hora de decidir que estudiar se inclinara por la medicina, profesión que ama y a la que dedica el tiempo que le requiera, tanto en su ciudad como en el Hospital Interzonal de Agudos de Mar del Plata.

Hablas con admiración del Dr. Curutchet

-¡Sí! Un fenómeno. Rompió moldes, fue un revolucionario del bien, un creador. Escribió en 1948 un libro titulado “Nueva cirugía del quiste hidatídico pulmonar” donde explica su técnica, que desarrolló en Lobería (por entonces una zona muy afectada por la Hidatidosis). El haberlo visto operar junto a mi padre es otro hecho imborrable en mi vida. Mi admiración trasciende lo estrictamente médico, destaco su cultura y su sencillez e invito a los colegas que no lo conocen, o lo conocen poco, a interiorizarse en la vida de este diseñador de instrumental quirúrgico e innovador en técnicas de cirugía.

 Me pide que destaque en la nota que el Dr. Curutchet, que se consideraba un arquitecto frustrado, se dio el gusto de contactarse con el célebre arquitecto suizo Le Corbusier para diseñar una vivienda unifamiliar, que es una de las obras de arquitectura moderna más importante de la Argentina. La denominada Casa Curutchet, ubicada en Boulevard 53 Nº 320 de la ciudad de La Plata, hoy es sede del Colegio de Arquitectos de la capital provincial.

La zona rural que circunda a su pequeña y bella ciudad es propicia para despuntar una de sus pasiones cada vez que puede: salir de caza con su perro Pointer, del que habla maravillas, destacando su velocidad y su galope incansable.

 Recorro su consultorio y observo los diplomas, certificados y condecoraciones. Lo veo lucir un brazalete identificatorio y de su cuello cuelgan el rosario y la cruz que lo acompañaron durante la Guerra de Malvinas. No le pido un orden cronológico, le sugiero que cuente cosas:

 -La guerra es para los jóvenes, ahora no podría correr de un pozo a otro ni mover un herido porque no me daría el físico. Yo fui a Malvinas bien adiestrado en cuanto al manejo de armas y bien entrenado físicamente. Hice la colimba en el GADA 601 (Grupo de Artillería de Defensa Aérea) con asiento en Mar del Plata. La nuestra, en Malvinas, fue la principal unidad de artillería antiaérea del Ejército. Hay una película que se llama La colimba no es la Guerra y, estar en el continente fue la colimba. ¡La Guerra estaba en Malvinas!

 -Al principio nos tocó defender parte del aeropuerto y de un aeródromo en Darwin donde estaban nuestros Pucará. Comíamos muy mal, aunque se recibía mucha comida, que en gran parte mandaba el pueblo, pero se la comían los jefes. Yo quise robarles la comida y un principal me dijo que hiciera un pozo, me enoje y terminé castigado en la primera línea de Ganso Verde, donde recibí mi bautismo de fuego. Sentís un miedo tremendo, te tiemblan las rodillas y atinás a querer parar bombas de mil kilos, que en mi caso cayeron a poco más de 200 metros, poniendo los brazos a manera de protección. Llorás, pensás en tu familia y seguís llorando.

 -Tuve la suerte de estar al lado de los mejores patriotas argentinos, los correntinos. Después de cada bombardeo afilaban el cuchillo y me decían para levantarme el ánimo: “quedate tranquilo que los vamos a degollar a estos ingleses”.

 De la tremenda “batalla final” solo dice que lucharon cuerpo a cuerpo y cuando los británicos vieron morir al teniente coronel Jones, se replegaron para volver con más furia.

 -Te aseguro que los ingleses creían que venían, avanzaban un poco, hundían el Belgrano, nos rodeaban, nosotros mostrábamos la bandera blanca de rendición y se terminaba la guerra. Y nada de eso ocurrió. Es más en algún momento pensaron que perdían la guerra.

 ¿Qué sensación se experimenta al rendirse?

-Todo fue muy confuso: sentimos mucha depresión pero también paz, y el interrogante de lo que dirían de nosotros en el país.

 El final de la guerra para Alejandro, como para otros muchos soldados, fue en condición de prisionero. Permanecieron encerrados en un corral de ovejas junto a cadáveres y restos. También los utilizaban para recolectar minas explosivas, labor que culminó con la vida de varios de sus compañeros. “Yo pude fortalecerme espiritualmente y salí adelante, pero otros muchachos no se recuperaron”, cuenta agradecido.

 La guerra pasó y Alejandro siente orgullo de haber peleado con dignidad por su patria. “Si no sintiera orgullo le faltaría el respeto a los amigos que entregaron su vida por el país”, dice. El tiempo acomoda las cosas, los pensamientos se ordenan y uno dimensiona y valora lo ocurrido hace más de 30 años. Estar frente a un héroe, aunque a él no le agrade el término, te inhibe y te empequeñece ante tanto coraje.

Al pedirle una reflexión final, su respuesta es firme, contundente y suena con la misma fuerza que la de aquellos soldados gritando al ver caer un avión enemigo: ¡VIVA LA PATRIA!

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